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Terminar pintándola desde la memoria, cubriéndola con ropajes, luminosidades y matices germinados en la afectividad. Al mismo tiempo, cercana y distante, ajena y propia. En definitiva, estaciones detenidas correspondientes a un personalísimo itinerario.

Tercera precisión: José Trujillo busca, tan contenida como manifiestamente, la ingerencia de lo poético. Pero no es una presencia poética protagónicamente explícita.

"Solis". óleo sobre tela, 1998. 40 x 50 cm, José Trujillo.

Es pequeña, cautelosa, apenas una fragancia, una emanación del paisaje, una calidad en la modulación de la luz, una acentuación convocada por el juego de matices.

Esa levedad de lo poético ilumina los grandes paisajes portuarios, la acerada melancolía de un grisáceo y desierto Dieciocho de julio, quizás a poco de amanecer, o en los paisajes de la Estación Central, entibiando la ausencia con lilas y azules celestones, con ocres y sienas, con la fuerza apasionada de un rosa sanguíneo.

"Plaza Zabala". óleo sobre tela, 1999. 60 x 73 cm, José Trujillo.

Emergencias poéticas siempre elusivas, fugaces, tan sutiles como la intensidad de la expresión pictórica. A lo sumo, en los encuadres de la plaza Zabala, penumbrosamente sensuales, en los cielos que sostienen calles de la Ciudad Vieja, encendidamente tormentosas.

Ultima precisión, seguramente la más importante: la mirada se sustenta en un indisimulado disfrute de la pintura. Desde el ejercicio teórico, desde los laboratorios de estética, desde el marketing de los grandes show-rooms bienales o trienales, se ejerce una campaña sistemática contra tal disciplina hacedora.