Otro individuo encarnado por el venerable Philipp Baker may, conductor de un
quiz-show, también está en fase de cuenta regresiva por otro tipo de cáncer al que
está padeciendo Robards, y cuya misión ya no es el éxito de un segmento televisivo
de preguntas y respuestas, sino recuperar por la vía del perdón a su hija (Melora Walters),
un ángel titubeante, amurallado, cocainómana con su autoestima por los sótanos del alma
humana.
Williarn H. Macy, es un ex-niño prodigio de la televisión que actualmente persigue
esa silueta calurosa que le provoque algo mejor que la palmada piadosa y algo más que esa
sensación de vida errática y pérdida en las nieblas de sus incertidumbres.

Linda Partridge (Julianne Moore) y Earl Partridge (Jason Robards).
La diosa Julianne Moore es la esposa infiel de Jasón Robards que ya no se tolera a sí
misma por sus infidelidades y que también busca el perdón de su esposo, pero que al no
poder perdonarse a sí misma estaciona en un parking desolado e intenta cometer suicidio
con un cóctel de pastillas; finalmente el gran John C. Reilly es el agente de policía
que, sin dejar de ser otro desangelado, es un individuo del que emana humanidad y transparencia
y que se enamora de la chica cocainómana.
Semejante fresco en movimiento sobre las conductas y sus efectos letales viene a ser
Magnolia en su escritura visual. Seres dañados por el roce de la cotidianeidad; por
el impacto de sus propios desbordes o ajenos, ya no importan de aquí en más las consecuencias.

Jim Kurring (John C. Reilly) y Claudia Wilson (Melora Walters).
Seres dañados que desde su propia reclusión individual, de su yo particular perturbante y
perturbador buscan redimirse. Seres accidentados en posición límite: a dos de ellos les
espera la muerte; al resto esa sensación de que todo trastorno subrayado por un evento
crucial llega a cambiar las reglas del azar y del sentido de la causalidad.
Eso es Magnolia que posee un final bíblico: historias dentro de historias que se
prestan sus acentuaciones, sus gestualidades, sus acústicas y sus puntos suspensivos,
mientras en la mejor escena del cine de los noventa una canción de Aimée Mann -una de
esas baladas rotas que perforan el alma- une las voces de todos los personajes a medida
que la cámara los registra en su habitat en una suerte de cántico apaciguador, "porque
como un rayo de rueda, todo va y viene".
Con un guión filoso, una técnica deslumbrante, plena de creatividad y operística en el
manejo de los personajes esta obra maestra que viene a ser Magnolia respira honestidad
a torrentes. Una belleza, sinceramente.
Ver también Sitio oficial del film "Magnolia"
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