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Semillas de odio

La conexión china con el terrorismo internacional

Semillas de odioEn el mismo momento en que el 11 de setiembre del año 2001 el World Trade Center y el Pentágono eran atacados por terroristas musulmanes, un avión del ejército Popular de Liberación chino procedente de Pekín aterrizaba en Kabul. La delegación china, la más importante que los talibanes habían recibido jamás, tenía por objetivo firmar un contrato, auspiciado por el propio Osama ben Laden, que dotaría a los talibanes de misiles de sistemas de defensa antiaéreos.

Contenido

A cambio, los chinos obtendrían de los talibanes la promesa de terminar con los ataques de extremistas musulmanes en las regiones de la China noroccidental. Unas pocas horas más tarde, George Tenet, director de la CIA, recibía un mensaje del cuartel general del Mossad de Tel Aviv codificado como “alerta roja” sobre la posibilidad de que China utilizara a Bin Laden para atacar Estados Unidos.

En Semillas de odio, Gordon Thomas nos revela información de primera mano sobre esta apasionante cuestión a partir de la investigación de miles de documentos de la CIA y del FBI recientemente desclasificados, en la cual se pone de manifiesto las oscuras intenciones del gobierno chino de aprovecharse de la actual crisis internacional para presentar a este país como una nueva superpotencia y convertirse así en uno de los mayores enemigos del mundo occidental.

Además, Gordon Thomas también se ocupa de realizar un interesante recorrido histórico por la difícil búsqueda de la democracia en China y del relato de los terribles sucesos acontecidos en la plaza de Tiananmen que conmocionaron al mundo no solo por la masacre que allí se perpetró, sino también por la aparente y extraña indiferencia ante estos hechos de los gobiernos occidentales.

Acerca del autor

Nacido en Gales en 1933, el periodista y escritor Gordon Thomas trabajó como corresponsal en acontecimientos internacionales como la crisis del Canal de Suez, la guerra entre Irán e Iraq y la masacre de estudiantes en la Plaza de Tiananmen en China.

Ha colaborado para medios como el Daily Express y el San Francisco Chronicle y ha sido corresponsal en jefe y productor de la BBC de Londres. Con 50 años de trayectoria en el periodismo, Thomas tiene acceso a archivos de la CIA y del FBI, y a figuras del espionaje internacional.

Durante dos años y medio estudió el servicio de inteligencia israelí, de lo que resultó Mossad. La historia secreta, publicado en 55 países. The Day the World Ended (El día que el mundo acabó), sobre la erupción del monte Pelée ocurrida en 1902 en Martinica, es su mayor best-seller, con 7 millones de ejemplares vendidos.

Lectura breve

Aquella fría mañana de invierno, George John Tenet, el director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) confesó a sus amigos que entre las muchas cosas que echaría de menos cuando dejara el cargo estaba el privilegio de tener un chofer que lo llevara en coche a su cuartel general en Langley, las 88 hectáreas de agradable campiña virginiana, con pequeños bosquecillos, situadas a lo largo de las orillas del río Potomac.

Durante el último año y medio había ostentado el cargo de principal jefe de espías de América. Tenet había disfrutado de muchos de los otros pequeños privilegios que acompañaban al trabajo: el ascensor que sólo él podía usar para llegar a su despacho privado; su comedor privado; el derecho a elegir el color de la pared con el que complementar neutralidad de la alfombra de aquel gran despacho. Y, por supuesto, el enorme escritorio, detrás del cual se habían sentando tantos de sus ilustres predecesores para gobernar en secreto su mundo: William Joseph Casey; Stansfield Turner; William Egan Colby; James Rodney Schlesinger; Richard Helms, e incluso el legendario -y probablemente el más grande de todos ellos- Allan Welsh Dulles.

También había ocupado el cargo George Herbert Walker Bush, durante menos de un año: del 30 de enero de 1976 al 20 de enero de 1977. Ahora tenía un puesto mucho más importante, el de padre del actual presidente de los Estados Unidos. Oficialmente no pintaba nada en la nueva Administración. Pero todo el mundo que estuviera al tanto de cómo funciona Washington sabía que su hijo no haría ni un solo movimiento importante sin consultar a su padre. Y todavía más: el expresidente fijaría la política exterior de la Administración. La primera prueba de lo que eso podría ser vendría con la actitud del joven Bush hacia la República Popular China.

En su año al frente de la CIA, George Bush padre se había caracterizado por la escasez de información que su gestión había generado. Nadie recordaba ningún éxito o fracaso importante de los servicios de inteligencia durante su mandato: había una clara ausencia de anécdotas que marcaran sus días en la sexta planta. Se concentró en mejorar la moral del personal, algo que hacía mucha falta, y en mantener a su gente feliz y evitar que ni él ni la agencia salieran en las noticias.

Considerado un político ambicioso desde el momento de su nombramiento, a partir del día en que llegó a Langley se dispuso a demostrar que el partidismo no formaba parte de sus planes. Su personal, acosado por sucesivas investigaciones, suspiró aliviado e incluso llegó a admirar la manera en que George Herbert Bush buscaba fuera de la agencia a candidatos republicanos derrotados para que ocuparan puestos clave; dentro de Langley ascendió a hombres que habían demostrado su habilidad en cargos inferiores. En general mostró una astucia y una habilidad que revitalizaron a la CIA en un momento en que lo necesitaba.

La comunidad de los servicios de inteligencia de Washington se sorprendió cuando el presidente Jimmy Carter, a pesar de todas las pruebas que había recibido sobre la capacidad de George Bush, lo despidió rápidamente. Muchos lo vieron como un acto de venganza, un reflejo de la falta de visión de Carter. Durante su campaña electoral Carter había atacado a la CIA: la veía como parte de la sofisticación de Washington de la que tanto recelaba. Para él Bush significaba secretismo y era un hombre de Washington infiltrado.

Bush guardó en secreto su desdén hacia Carter, como guardaba discretamente casi todo lo que hacía. Pero Tenet sabía cosas sobre Bush que pocos más sabían. Por ejemplo, su opinión sobre China. Tenet les dijo a sus colegas que había motivos para asegurar que George Bush hijo compartía los puntos de vista de su padre.

Durante su servicio en la CIA, y más tarde como presidente de los Estados Unidos, George Herbert Bush mostró su admiración por el entonces líder supremo de China, Deng Xiaoping, además de un mal disimulado rechazo hacia los estudiantes chinos que se habían atrevido a oponerse a Deng y a los otros Ancianos de la Larga Marcha que habían construido una China a su imagen: un duro Estado comunista donde la propia palabra "democracia" no tenía traducción al mandarín. Sigue sin tenerla.

Casi con toda certeza, por lo tanto, el nuevo presidente de Estados Unidos, George W. Bush, desarrollaría la misma política que su padre hacia China.

Un motivo era que la nueva Administración veía China como un socio comercial de importancia vital, y estaba decidida a que las naciones europeas (sobre todo Alemania, Francia y el Reino Unido) no desafiaran seriamente esa posición. La nueva Administración Bush sopesaría esa actitud sabiendo que los norteamericanos tienen buena memoria. Mucha gente no olvidaría ni perdonaría fácilmente lo sucedido en China apenas nueve años antes: la sorprendente masacre de los jóvenes universitarios de Pekín en la plaza de Tiananmen.

Pero todavía había otro motivo, mucho más importante para Tenet que las maquinaciones de los hombres de negocios americanos que pretendían aumentar su poder colectivo en China o que las protestas de los liberales norteamericanos.

China, a través de su servicio secreto el CSIS, había demostrado ser un competente e implacable enemigo de los Estados Unidos. Había ejecutado una de las operaciones de inteligencia de mayor éxito contra el mismo corazón de la investigación nuclear norteamericana, allí donde se encontraba la tecnología punta de las defensas de la nación: la instalación de Los Álamos, donde se habían desarrollado las dos bombas que destruyeron Hiroshima y Nagasaki y pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial.

Durante casi tres años el FBI, bajo el mando personal de su director, Louis J. Freeh, peinó cada centímetro de Los Álamos impulsado por la fiscal general Janet Reno, entre cuyas características destacaba una voz ronca que inspiraba obediencia. Fue Reno quien había abierto todos los noticiarios de las cadenas televisivas, a principios de 1999, con la exultante declaración de que un científico chino que trabajaba en Los Álamos, el doctor Wen Ho Lee, había sido arrestado por espionaje. Lee, nacido en Taiwán, había sido encarcelado en régimen de aislamiento en una prisión federal a la espera de ser juzgado por haber pasado diseños de cabezas nucleares al CSIS, además de un montón de documentos en CD-ROM que revelaban lo que Reno había descrito como "todo lo que un enemigo podría necesitar para conocer nuestros secretos de defensa".

Tenet no creyó que Lee fuese culpable desde el momento en que su propio equipo hizo una investigación paralela a la del FBI. Se demostró que tenía razón. En las últimas semanas de 1999, Reno se vio obligada a ordenar la liberación de Lee porque el FBI no había descubierto ninguna prueba que sostuviera, ni siquiera remotamente, ningún cargo de espionaje.

Los cincuenta y ocho cargos contra Lee fueron retirados y el juez James Parker del Tribunal Supremo tuvo el inusitado gesto de pedir públicamente disculpas a Lee por "un error institucional que ha avergonzado a toda la Nación ".

Tenet no era el único que se preguntaba hasta qué punto las disculpas no estaban motivadas por los insistentes rumores que se habían filtrado en los servicios de inteligencia de Washington: que el trabajo de Lee en Los Álamos era tan futurista que, si revelaba una mera sugerencia, tendría repercusiones monumentales. Lee, se decía, trabajaba en el llamado Proyecto PH: Portal Holográfico. Esto llevaría a los científicos de Los Álamos de los laboratorios de Lawrence Livermore y Sandia a lo que puede definirse como "tecnología ET".

El portal "está diseñado para permitir que el tiempo viaje a través del espacio-tiempo y posiblemente de manera interdimensional. En efecto, permitiría que el lema de Star Trek se hiciera realidad: alcanzar lugares donde nadie ha podido llegar".

Son palabras del doctor Richard Boylan. No es ningún chalado de los que circulan por Internet con teorías descabelladas. El doctor Boylan es un respetado científico conductista con contactos demostrados con la Agencia de Seguridad Nacional. La NSA es responsable de los intentos por entablar contacto con extraterrestres. El doctor Boylan es también un respetado profesor de la Universidad del Estado de California; sus artículos y estudios son cuidadosamente estudiados dentro de los servicios de inteligencia de Washington.

Boylan fue el primero en hacer pública la posibilidad de que Lee estuviese trabajando para entablar contacto con vida más allá de la tierra. Durante casi cincuenta años se habían repetido los rumores de que en Los Álamos se dedicaban a esa labor, pero nadie lo había asegurado como el doctor Boylan.

Boylan, que vive en Sacramento, California, ha seguido de cerca lo que sucede en Los Álamos, algo que no es tarea fácil. Tras analizar lo que sus fuentes le han dicho, Boylan ha llegado a la conclusión de que los "secretos nucleares" de cuya apropiación indebida fue acusado Lee eran en realidad "un código para todo tipo de tecnología avanzada secreta, como propulsión antigravitatoria y aparatos de influencia remota psicotrónica".

Mucho antes de que Tenet entrara en la CIA, la agencia se había dedicado a la investigación de tales aparatos. El proyecto era conocido como MK-ULTRA, y fue diseñado para averiguar si era posible lavarle el cerebro a la gente.

Fue el primer ataque planeado, sostenido y sistematizado a la psique humana y, hasta entonces sin duda la actividad más siniestra jamás realizada por ninguna agencia del Gobierno de Estados Unidos. En los años sesenta, la CIA llevó a cabo una serie de terribles programas secretos para descubrir formas de manipular la conducta humana.

Los que sobrevivieron llevan todavía hoy las cicatrices de lo que la CIA les hizo mientras sus agentes buscaban métodos para controlar la conducta humana, con pleno apoyo de algunos de los doctores y científicos más conocidos y famosos de América. A cambio de enormes sumas de dinero, éstos accedieron a ignorar su sagrado juramento de no dañar a ningún paciente. Muchas de sus víctimas murieron como resultado de los experimentos a los que fueron sometidas. Pero también hubo supervivientes.

Uno de ellos es Kathleen Ann Sullivan. Hace años empezó a contactar con el autor de este libro ofreciendo, poco a poco, fragmentos de información sobre el cuidadoso y sistemático asalto de la CIA a su psique. Quedó claro no sólo que la historia era cierta, sino que había sido víctima de lo que es quizá la actividad más siniestra jamás perpetrada por un órgano del Gobierno de Estados Unidos. En aquella época, todavía llena de temor por lo que podría ocurrirle, Kathleen no estaba dispuesta a hacer público su caso. Rompió el contacto. Luego, en mayo de 2001, decidió restablecerlo. Lo hizo proporcionando una declaración jurada sobre lo que había sufrido. No hay ninguna explicación sencilla respecto a por qué decidió hablar. Excepto una: su necesidad de decir toda la verdad sobre lo que le había sucedido. Al contrastar sus datos con los hechos conocidos, su historia es como mínimo una nota al pie sobre la falta de sinceridad en esa democracia que Estados Unidos se enorgullece de defender. Nada mejor que sus propias palabras para describir su tormento:

Soy una americana de 45 años, superviviente del programa MK-ULTRA de la CIA y de otros subproyectos dedicados a romper y controlar las mentes y voluntades de los sujetos. Fui expuesta por primera vez al personal que trabaja en estos proyectos cuando tenía tres años de edad. No pude escapar de ellos y del control de sus asociados hasta que recibí ayuda externa a mediados de los años ochenta.

Me he sometido a recuperación terapéutica activa durante más de doce años. Mi diagnóstico es Desorden Disociativo de Identidad (D.I.D., antes conocido por M.P.D.) y Desorden de Estrés Postraumático (P.T.S.D.) retardado. Sufro una horrible ansiedad, por lo cual la seguridad social reconoce mi incapacidad laboral. Desde que empecé a recordar y ser consciente de mis estados alterados de conciencia, he sido repetida y voluntariamente hospitalizada debido a depresiones graves y tendencias suicidas, para lo que ahora recibo medicación.

Hace poco he decidido dejar de ocultarme y hacer público lo que me hicieron y para qué. Finalmente me he dado cuenta de que no puedo seguir escondiéndome... eso me deja con sólo un cascarón de vida que vivir.

Estoy cansada de esconderme y estoy cansada de vivir llena de temor [...]

Gordon Thomas

«China, a medida que se vaya convirtiendo cada vez más en la nueva superpotencia del tercer milenio, proporcionará las armas biológicas y químicas y los artilugios nucleares 'de bolsillo' necesarios para librar una guerra terrorista contra Estados Unidos»

Ficha Técnica

Título
Semillas de odio

Subtítulo
La conexión china con el terrorismo internacional

Autor
Gordon Thomas

ISBN
84-666-086-72

Editorial
Ediciones B

Edición
Noviembre 2002

Tema

Encuadernacion
Rústica

Páginas
562

© 2002 Ediciones B.

 

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