No.12 - Agosto 2000
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El plan satírico del filme propone, por lo tanto, otra visión o revisión de la cultura gitana. No cambia el contenido ni tampoco esos personajes subidos de revoluciones que parecen devorarse a sí mismos, que se traicionan en su propio código de fidelidades y que vuelven a hermanarse, mientras una banda sonora los envuelve con un entrecruzamiento entre jubiloso y melancólico.

Tiempos de gitanos

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Porque más allá de la anécdota que plantea la idea de dos estafadores de poca monta que solicitan respaldo a un mafioso de mayor rango para asaltar un tren, de un casamiento forzado que decide la muerte del abuelo del pobre diablo que debe forzosamente contraer matrimonio, de un par de resurrecciones, el asunto reside en que Kusturica le rinde tributo a esos gitanos que pueden vivir en mansiones o andar en limusinas, aunque para ellos el dinero sea una parte más del juego de supervivencia al que no se le rinde culto, más bien se lo dilapida, se lo goza o hasta se mata por él: si llega fenómeno.

Si no llega el dinero, el modus vivendi no trocará las señas de identidad, y eso es lo que hace al filme por momentos hechizante y de una efervescencia que impresiona.

El cineasta practicó un casting con 3500 gitanos y por supuesto seleccionó esos rostros tan extraños como entrañables, tan vivaces como tremendos en su expresividad: Kusturica aprovecha para mostrarlos con esa cámara que más que filmar, habla; más que rodar, incorpora esa escritura en carne viva de esos hombres o sujetos con un trazado utópico limitado, acaso como atado a su sistema de planeta afectivo absolutamente caótico, en franca revuelta y estridencia, pero de una autenticidad a prueba de cualquier catástrofe.

El plan satírico del filme propone, por lo tanto, otra visión o revisión de la cultura gitana. No cambia el contenido ni tampoco esos personajes subidos de revoluciones que parecen devorarse a sí mismos, que se traicionan en su propio código de fidelidades y que vuelven a hermanarse, mientras una banda sonora los envuelve con un entrecruzamiento entre jubiloso y melancólico.

Gato negro, gato blanco posiblemente sea el filme menos poético de Kusturica o el que quizá menos apela a esa constante de "realismo mágico" que se delataba claramente en sus títulos anteriores. Pero Kusturica en su homenaje a esos gitanos del alma, tan lejanos en su cercanía balcánica, se planteó fundar una especie de diario de costumbres. Y lo logra con la suficiencia de un cineasta ejemplar y ejemplarizante que dejó atrás las crudezas de halo trágico de Underground, para construir un mundanal ruido de gitanos que también hacen reír a los espectadores.

Debe verse por el rendimiento de los actores, por la imaginación y la creatividad inagotable de un cineasta que aún desde el grotesco, aún desde la posición de comediante, literalmente conmueve.

Ver también Sitio oficial del film "Black Cat White Cat"

"Black Cat White Cat". © Komuna. All Rights Reserved.

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